Cuando salí de Santiago rumbo al norte, en vez de salir de vacaciones la verdad es que huía. Quería escapar de todo lo que me atormentaba, ese hombre q con un movimiento de su dedo había modificado mi vida, dejándome sin certezas, llena de temores y dolores antiguos. Lamenté profundamente el error que cometí ese fin de año de 2003 cuando le pedí q se casara conmigo y tuviéramos la familia q él no tuvo. Lo lamenté de forma vomitiva, quise expulsar de mi vida ese día fatal en que se concretó ese futuro en falso. Me odié por haber sido tan ingenua y no haber construido sola el camino con dos hijas sin padre, por no haber tenido el valor y creer q lo mejor era unir el lazo que con cariño y paciencia se podría convertir en una familia que corriera feliz a abrir la puerta cada tarde cuando el hombre amado anunciara su llegada. Me odié por todo eso y por más.
Entonces huí, hecha vísceras, con la mente confundida y el corazón abierto. No hubo noche en que no tuviera pesadillas espantosas, porque el hombre que habíamos dejado atrás se había transformado en un monstruo, que escupía fuego y veneno con una precisión envidiable hacia mi patético y vulnerable cuerpo diminuto. Porque me volví pequeña, sin armas, sin razones, con todos los sueños quebrados y esparcidos detrás de mí.
Cada noche eran pesadillas. Las pequeñas dormían y yo buscaba sus manitas como tratando de permanecer inmune a mi subconsciente que no dejaba de recordarme que aunque estuviera a kilómetros, el infierno me esperaba indefectiblemente al regreso. Ese hombre esperaba para seguir mordisqueando lo poco que había quedado de mí y luego escupirlo y dejarlo podrir.
Tengo miedo de volver, pensaba. Decía. Pensé q esos días cansadores y divertidos en que las tres nos habíamos entrelazado en un pacto eterno me habían fortalecido. El mapa de esperanzas y proyectos se había reagrupado y las cosas parecían claras y un poco más concretas. Tenía claro que quería terminar con el error que cometí, disolver vínculos, dejar de temblar cada mañana por miedo a lo desconocido del resto del día.
Pero bastó ver en sus ojos nuevamente, esa oscuridad inmesurable, sentir esa voz inyectando su veneno en mis venas, humillando lo poco que quedaba de mí, para decaer, para deslucir, desear huir nuevamente, escapar de mi error, que se expande como una galaxia y me atrapa con una fuerza universal.
Tarde o temprano todo se paga en la vida, no es necesario morir para ir al infierno, definitivamente el infierno y sus demonios me muerden a cada segundo, me los trago en cada bocado q intento comer, los llevo en mi estómago, los dejo vivir ahí esperando que llegue el perdón, por haber creído que eso era lo correcto, por haberle pedido que caminara de mi mano y no saber como llevarlo, por haber extrañado a quien dejó una marca en mi costado (quedó su poema marcado a fuego), por haberlo dejado ir, por haber dejado de sentir pasión, por haber abierto la casa de mi madre a quien hoy se ríe de nuestros pequeños actos, quien no comprendió la inmensidad, quien no sabe de querer, quien sólo miente y humilla sin compasión, que habla de mi como si supiera, como si conociera mi alma, como si tuviera alma.
Sólo pienso en dejar de fallar, volver a resolver, tomar mi vida y dejar atrás todo este tiempo de error. Y que todo sea como siempre debió haber sido.